domingo, 15 de agosto de 2010

CUANDO LA BUBÓNICA AMENAZÒ EL CALLAO

Un artículo publicado en una antigua revista “Galeno” Nº 76, junio 1977, viene a colación a raiz del informe epidemiológico actual que declaran "En emergencia el departamento de La Libertad, por 60 días por casos de Peste".

En una revisión histórica de lo que sucedió hace un siglo, su autor Manuel Zanuteli, narra las medidas epidemiológicas que podrían ser consideradas dentro del folklor nacional.

El diario “El Comercio” el 7 de mayo de 1903, en una nota decía: “Enfermedad sospechosa”. Y daba cuenta que en el hospital Guadalupe, se medicinaba un peón del molino Santa Rosa, de los empresarios Milne, atacado de una dolencia que presentaba “ciertos síntomas graves” ; paciente que poco después dejaría de existir. Otro trabajador del mismo establecimiento moriría de análogo mal.

Pero ¿Cuál era la dolencia, cuál era el mal? Oficialmente, en un principio, se trató de tender una cortina de humo al respecto, para evitar, suponemos, la alarma en la población. Incluso en uno de los diarios de la época leemos esto: “Según declaró uno de los médicos presentes, él había asistido a otro fallecido, y había tenido por causa de muerte, la acción de un correazo”. Palabras que de ser veraces demostrarían poca o ninguna imaginación de quien las expresó.

También se habló de “angina doble” y de “neumonía tífica por infección”. Mas la realidad era otra y se tuvo que poner en práctica de inmediato un plan de acción. En primer lugar se construyó un lazareto al norte de la ciudad para que se aislasen a los enfermos…

El médico capitalino bacteriólogo Hugo Biffi, quien positivamente afirmaba, después de los respectivos análisis microscópicos, en oficio al Inspector de Higiene del Concejo del Callao: “No abrigo la menor duda de que se trata de casos de peste bubónica”.

¡Peste bubónica! Lo que, en un principio, tenía cierto matiz de duda en la población, empezó a vocearse casi de calle en calle, de barrio en barrio, y como es natural cundió la alarma.

El diario “El Callao” expuso que había habido una reunión “en el local de la Prefectura”. Y, poco después se procede a desinfectar a obreros, empleados y dueños del molino. En la ciudad mientras tanto, de día y de noche “las carretas de basura y aguas excluidas trafican por las calles”. “en las casas y callejones, se ha dado principio a efectuar limpieza y toma de medidas higiénicas”.

Se quema alquitrán en algunas calles y en otras se riega petróleo. Todas trabajan a tiempo completo, sin descanso; todos colaboran en medio de especulaciones, de comentarios, de noticias que vienen de una y otra zona del puerto. Se suspenden los espectáculos públicos, se da orden a los Montes de Piedad de no recibir por concepto de pignoración ninguna clase de ropa, se prohíbe a los ambulantes la venta de comida, y, sobre todo, se ordena abrir una zanja alrededor del molino, echar en ella petróleo y prenderle fuego. El local, por supuesto, debe salvarse.

No todo quedaba allí, sin embargo; en los cotejos fúnebres no debía haber más de dos personas presentes, sean allegados o deudos. Eso se cumplió a raja tabla y quienes participaban en actos de inhumación eran desinfectados con formol.
Un estudiante de medicina.

Pero… ¿y la actuación que le cupo desarrollar al estudiante del sexto año de medicina Luis Oscar Romero?

El 7 de mayo, o sea un día antes que llegase al puerto el informe del doctor Hugo Biffi, sobre los exámenes realizados en vísceras de algunos muertos evacuados del molino: Romero había hecho ya el diagnóstico clínico y bacteriológico, “por primera vez en el Perú” según Jesús Felipe Martínez, de la peste bubónica.
El citado estudiante llevó al hospital de Santa Ana “una buena cantidad de sustancias extraídas de los cadáveres apestados del Callao” – se aducía y comentaba en los diarios de esos año. Y se agregaba: “Cómo si dijéramos… una mina de microbios”. Lo que originó el temor de las religiosas del nosocomio.

Luego viene un comentario periodístico: “Como es natural, participó los resultados, ¡Y, sin embargo, veamos el pago que se le dio! En vez de agradecerle su valiosa contribución, las autoridades sanitarias de aquel entonces lo amenazaron con detenerlo sin no procedía a incinerar su arma de trabajo: el microscopio”.

Se agrega, “El diálogo que sostuvo con sus impugnadores fue bastante jugoso y lo publicó “El Callao”, en su edición del 9 de mayo de 1903.

En la municipalidad de Lima, se habían reunido el Inspector de Higiene de esa corporación, doctor J. B. Agnoli, los concejales, los médicos Morante, Melgar, Gastañeta, García y Matos…

“El doctor Agnoli le pregunta sí es cierto que él ha traído a esta capital material es extraídos del cadáver del individuo que dice murió en el Callao, de la peste bubónica.

El señor Romero contesta que sí.

El doctor Agnoli le dice que debe destruir inmediatamente todo lo que tenga en su poder, pues ha cometido una falta gravísima, imperdonable, en un joven estudiante de medicina como es él.

Romero serenamente le contesta: “No he cometido falta alguna, pues he traído esos materiales con todas las precauciones como puede haberlas traído el doctor Biffi.

El docto Agnoli - ¿Y dónde tine usted sus preparaciones?
- En el Instituto de Vacuna
- El doctor Agnoli: ¡Hay que destruir el instituto!
- El señor Romero – se critica mi preparación porque la he hecho yo, porque no soy el doctor Biffi.
- El doctor Agnoli (violentamente) usted ha hecho el papel de mal médico y de pésimo ciudadano. (le impone en seguida que destruya todo lo que tiene en su poder).
- “Como Romero manifestara reticencia para cumplir estas disposiciones, se nombró al doctor Gastañeta para que lo acompañara.
- El señor Romero- ¡Todo me lo destruirán, menos el microscopio!
- Varias voces - ¡Se le destruirá todo!
- El señor Romero - ¡Entonces tendrán que destruirme también a mi!
- Morante – No se le destruirá, pero si se le aislará, si es necesario.

Luego concluye:
“Tal es la historia de la peste bubónica en el Callao que afortunadamente fue conjurada a tiempo y dejó valiosas lecciones y experiencias. Y el perfil humano del entonces estudiante sanferndandino que luchó por detener su propagación”
Luego agrega que Don José Toribio Polo, historiador publicó en 1913 un opúsculo titulado “Apuntes sobre las epidemias en el Perú, donde el lector puede seguir el derrotero geográfico de ellas. Eran nada menos que viruela, fiebre amarilla, bubónica, sarampión, fiebre, tifus etc.

CONTAGIO
La mayoría de los contagios se producen por la picadura de pulgas procedentes de roedores (peste zoótica). Sólo en raras ocasiones otras especies de pulgas pueden transmitir la infección. El contagio entre personas por pulgas es muy infrecuente (se han descrito casos en países sudamericanos en velatorios de personas apestadas).

Otro tipo de contagios se pueden producir a partir de la mordedura o arañazos de gatos y otros carnívoros, por ingestión de animales muertos, por la manipulación de cadáveres de animales afectados por la enfermedad, o por inhalación de bacterias a partir de la forma neumónica humana

Normalmente se pueden producir cuatro formas de la peste: bubónica, septicémica, neumónica y neurológica. Las más frecuentes son las dos primeras. Las formas neumónicas y neurológicas normalmente son complicaciones de la septicémica.

Declaran en emergencia La Libertad por 60 días por casos de peste

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